domingo, 10 de febrero de 2008

Desmanicomialización: el desafío de (re)comenzar a cuestionar nuestras prácticas en Salud Mental y sus lógicas. Una mirada desde el subsistema privado

Lic. Claudia Huergo –Psicoanalista-
psi_claudiahuergo@yahoo.com.ar

Docente UNC. Fac. de Psicología. Cátedra de Psicoanálisis.
Integrante del Movimiento Social de Desmanicomialización y Transformación Institucional Reg. Centro.


¿Bueno, y esto de la desmanicomialización ¿qué técnica nueva es?-
(pregunta formulada por un estudiante de Psicología
en una charla abierta sobre Locura y Manicomio)

Quizá lo más extraño, lo más desconcertante, es que esta parece ser una época de oro para las prácticas en salud mental. Parece haber un gran consenso social y mediático sobre la importancia del bienestar psíquico. Abundan por doquier descripciones de síntomas y signos. Casi nadie escapa ya a ser portador de algún diagnóstico reconocido o en vías de reconocerse. La indicación de psicoterapia es realizada casi a destajo, parece que cualquier forma de malestar, insatisfacción o sufrimiento encuentra su prescripción en las góndolas del mercado de la salud mental. Se habla todo el tiempo de eso en los medios. Hasta un programa de moda, o de chimentos, tiene su columnista “psi” alertando, advirtiendo, dando consejos.
Por qué entonces, a pesar que todas las prácticas de salud mental van precedidas una serie de adjetivaciones que parecen funcionar como “garantías” (personalizada, integral, interdisciplinaria), podemos afirmar que nuestras prácticas son, siguen siendo, son más que nunca manicomiales?

El Manicomio es un modelo de ejercicio del poder dentro de las relaciones humanas
Desde el campo de la Salud Mental “desmanicomializar es más que la abolición del manicomio, supone acciones de liquidación de sus modelos de relación humana, de poder disciplinario. La ideología asilar, la que segrega, encierra y custodia al enfermo mental, no es sólo la psiquiatría alienista, forma parte de la conciencia y el comportamiento social, y requiere para su abolición definitiva actuar sobre los conjuntos humanos y las configuraciones de poder. Esto es clave ya que cualquier política de Salud Mental que se proponga alternativas a la institución manicomial, debe actuar simultáneamente sobre el aparato estatal, la conciencia social espontánea y su producción imaginaria, y el dispositivo psiquiátrico-profesional…”. (E. Galende).

Por lo tanto, no es necesario traspasar los muros del gran asilo para conocer las lógicas manicomiales. Lo que en el gran asilo podemos considerar como: “conjunción macabra entre locura, discriminación y pobreza, en el caso de las instituciones privadas que siguen un idéntico modelo asilar, puede entenderse como conjunción entre locura, discriminación y mercado. Y que en cualquier caso constituye una flagrante violación de los derechos humanos y de impunidad instituida como política de salud…” (Manifiesto del MSDTI- noviembre 2005).

Institucionalizados….medicalizados….y seguros.
Esa es la lógica que rige para pensar el malestar y las actuales manifestaciones sintomáticas. Atraviesa no sólo las instituciones de salud. También las instituciones educativas. También las laborales.

Sin duda esta situación no puede ser leída sin la trama histórica-social reciente. En la década de los 90 termina de consolidarse un proyecto político-económico iniciado con las dictaduras y puesto a punto por la década menemista: el neoliberalismo y la lógica del mercado llegan a las políticas de salud. La contracción de los presupuestos provinciales y nacionales, así como el desembarco de los grandes grupos económicos –gerenciadoras- organizando el substistema de salud -privado y de obras sociales- establece reglas de juego funcionales a la lógica manicomial –que obviamente responde también a una lógica concentracionaria desde lo económico- centrando su supuesta efectividad en el mandato medicalizante de los grandes laboratorios: el desembarco del DSM en sus sucesivas versiones corregidas y aumentadas (II, III, IV…) colonizan los discursos y las prácticas. Se abre paso la era “Del Trastorno”. De modo que el manicomio se aggiorna a los nuevos tiempos: la locura es expropiada de su valor de denuncia social, de cuestionamiento de los modos de lazo social, de sus rupturas, para pasar a ser apenas un desarreglo de la vida privada, o el avatar de un neurotransmisor. La conjunción mencionada (locura, discriminación y mercado) pone a circular a los “nuevos” locos en torno a los pequeños paraísos del consumo en salud: centros terapéuticos, comunidades terapéuticas, donde lo que predomina justamente es la ruptura con lo comunitario. Se parcelan los goces, los malestares, y se agrupan en un mismo club, un mismo síndrome, un mismo trastorno. “Nuevas patologías o patologías actuales” se transforma en un objeto creado para el uso y consumo dentro de esos circuitos. Interdisciplina, atención personalizada, integral funcionan hoy como significantes de cierta acumulación concentracionaria (“muchos” profesionales “a su servicio”-aquí dentro usted “tiene todo lo que necesita”-no tiene que moverse. La empresa de salud deviene, mas allá de sus dimensiones, “Institución total”. Pequeños ghettos de la salud privada.
Exclusión/segregación/estigmatización/encierro: Un movimiento en varios actos….
Podríamos decir que la “estabilidad” de las lógicas manicomiales se explica por estos distintos puntos de apoyo en que se sostienen, (conjunción de: imaginario social, sectores corporativos profesionales y gremiales, industria farmacéutica, arbitrariedad de la Justicia y el Estado, entre otros). Esa convergencia abreva en lo que funciona como política de exclusión social y marginación de grandes sectores de la población que “desaparecen” de la escena “del consumo”, para “reaparecer” del otro lado del muro “reconvertidos” en enfermos o delincuentes –o ambas cosas a la vez-. Un primer movimiento (politico-económico) excluye. Un segundo movimiento “incluye” lo antes excluido, bajo el signo de la estigmatización: los pobres, los locos, los delincuentes, los enfermos. Estos “productos” son recogidos por el discurso de La Ciencia en connivencia con el poder político y el poder del mercado. La Ciencia por la vía de los experts realiza una compartimentalización “del objeto”. Cada especialidad agrega algo a eso devenido “objeto”. A partir de esa fragmentación, se pierde la dimensión histórico-política de esa producción. La siguiente operación juntará esas partes en un nuevo armado, al modo de Frankenstein, y ese objeto será vendido de allí en más en su valor aleccionador: lo que debe evitarse (mercado de la prevención) -lo que debe temerse (mercado de la seguridad) lo que debe corregirse (mercado del asistencialismo) Patologizar lo social y revestir de peligrosidad se vuelve un “nuevo” motivo de exclusión, que proscribe el contacto con lo estigmatizado, y justifica el encierro y el tratamiento desarraigado de lo comunitario[1] . El primero es un movimiento de política –de mercado – el segundo es un movimiento propiciado por los efectores de esta política: corporaciones profesionales, los experts, quienes validan esa operación al no situarla históricamente, al no leer las coordenadas políticas de su producción. El siguiente movimiento está dado por los canales de riego: los medios, que en connivencia con estos poderes “crean opinión”. El último es un movimiento social, que aleccionado por el riesgo de “contagio” pide más control, más represión, más políticas “de seguridad”.
Lo rechazado de la percepción, de la reflexión, de la crítica, retorna de un modo escandaloso…
Muertes por abandono de persona, violaciones, golpizas, y otros vejámenes dentro del encierro nos impactan a través de un tratamiento mediático que prioriza el show y el escándalo…sin embargo, ese mismo tratamiento de noticia es consonante al sistema productor del horror. El impacto del escándalo se resuelve poco después en un discurso anestesiante: … “son casos aislados”… “se investigará hasta las últimas consecuencias”… el caso deviene “policial” ya no político… Muestran así los efectos de una política universal como si fuera un “accidente” técnico.
Sin embargo, el manicomio es una política. Las lógicas manicomiales son una política. La devastación del sistema de salud público es una política. Para que el mercado concentracionario prospere es necesario avanzar en la ruptura de los modos comunitarios de hacer con el sufrimiento. En manos de privados, la salud se vuelve mercancía que cada tanto es auditada en su rentabilidad. Esta política de ruptura y desaguase propicia que todos nos identifiquemos “positivamente” con un modo de vida desarraigado del otro.
En lugar de lazos sociales, se proponen prótesis técnicas. Las nuevas camadas de profesionales que se forman en universidades desguasadas también, adheridas a la lógica de la competitividad y la empresa, sólo pueden pensarse como técnicos-neutros. De ese modo, pareciera que sólo se pueden proponer intervenciones aisladas, acotadas, sobre un “fenómeno” que nunca nos concierne del todo…una vez más, se quita el acento de lo político para pasar a “lo técnico”.
Responder al movimiento de la exclusión con otro Movimiento. Que vuelva a situar y a incidir en las coordenadas de producción del padecimiento
Y ese Movimiento no puede ser sino Politico y Social. Porque las condiciones de producción del malestar son político-sociales, porque la salud es un derecho humano, es cuestión de estado y no de mercado. Como derecho tiene que ser por lo tanto construído sobre la base de movimientos sociales arraigados en la libertad, la autonomía, la solidaridad, la participación democrática. No discriminar es integrar de los ciudadanos a los intercambios sociales, económicos y simbólicos de la vida social y cultural. Parte del desafío de ponernos en Movimiento.

Referencias:
“El Manicomio. Crónicas de una lógica que coloniza subjetividades.” Autor: Fernando Ceballos
“Discapacidad: una postura política” Autor: Rosa López
“¿Qué será de nuestros locos desmanicomializados?” Autor: Rosa López
“El riesgo de hacer “cuerpo” con La Institución: políticas del miedo y patologías actuales” Autor: Claudia Huergo
“¿Todos tenemos un diagnóstico?” Autor: Claudia Huergo


[1] P. Bourdieu con su concepto de dominación simbólica explica la reproducción de un orden social en el reconocimiento y desconocimiento de la arbitrariedad que lo funda. Para ello contribuyen políticos, periodistas, expertos en opinión pública e intelectuales quienes se preguntan y responden demarcando lo que está permitido pensar, fabricando a la opinión pública como una mercancía más. Sus preguntas y opiniones son retomadas luego por las empresas encuestadoras, abrochando preguntas y respuestas y generando un círculo vicioso donde ya es imposible cuestionar esa operación de “producción de realidad”. Las encuestas y debates en los medios de comunicación confirman ese estado de relaciones de fuerza, y así “miden” el éxito de esa cultura dominante.

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