miércoles, 17 de septiembre de 2008

Medios de comunciación y lógicas manicomiales: el "caso" Charly García

Medios de comunicación y lógicas manicomiales.
El “caso” Charly García.

Lic. Claudia Huergo

*Psicoanalista- Integrante del Movimiento Social de Desmanicomialización y Transformación Institucional- Integrante de la Mesa de Trabajo Permanente de Salud Mental y DDHH Córdoba. Docente UNC. Fac. de Psicología. Cátedra de Psicoanálisis. psi_claudiahuergo@yahoo.com.ar

Los medios de comunicación como operadores de alta eficacia en la construcción de realidad, nos indican qué debemos sentir, qué debemos temer, y cómo tramitar las contradicciones que esta obediencia y sometimiento nos conlleva.
Las escenas que los medios componen y que nos dan a ver pueden ser calificadas de pornográfica en muchos sentidos. Pornográfica porque desviste y muestra que efectivamente para que eso funcione, como un encastre aceitado de partes, no hacen falta sujetos. Por lo tanto, hay allí un efecto de cosificación y desubjetivación. La construcción de realidad que nos proponen e imponen desde su poder hegemónico nos requiere primero como sujetos expectantes que esperan ver algo de sí en esa escena. Una vez allí, captados por la fascinación y la pregnancia de la imagen, recibimos tal impacto bajo esa forma desligante y brutal de lo que se perfila en esa edición, que casi es equiparable a una violación, repetida varias veces al día hasta que esa forma de violencia se naturaliza. El pudor, como última barrera psíquica contra el espanto es arrasado, y desde esa cosificación el sujeto se transforma en voyeur cómplice de una operatoria que lo requiere así: asintiendo a la soberanía de una imagen que dibuja contornos obscenos. Podríamos decir que a esa escena entran o son convocados sujetos, y salen –como resto- eyectos, partes, que luego vuelven a maquinarse en operaciones discursivas que intentan tramitar alguna elaboración secundaria que les permita salir del impacto y recomponerse. Quien mira eso y asiente a esa imagen, queda petrificado. Y la salida prevista por ese mecanismo perverso, el producto o resultante defensivo, es una respuesta totalitaria. Intentemos ver cómo funciona esto en la construcción de un “caso” de peligrosidad social
El “caso” Charly García
Todos fuimos convocados a presenciar uno de los consabidos espectáculos que el circo mediático nos ofrece: la construcción selectiva de la peligrosidad. Esta vez a partir del episodio sufrido por Charly Garcia. Cuando digo “episodio sufrido” digo que lo sufrido no es sólo la situación personal –crisis, descompensación, el nombre que pueda tener su padecimiento- sino el tratamiento social –mediático- que su situación personal tuvo. A través de la relevancia pública que cobró podemos considerarlo un analizador que nos muestra la activa función del discurso mediático en la construcción de uno de los pilares que sostienen las lógicas manicomiales: el imaginario social[1][1].
Las imágenes
Secuencias rápidas muestran una sucesión editada de imágenes: Charly saltando de una ventana hacia una pileta, imágenes de algunos de sus shows donde tira o rompe instrumentos, imágenes de reportajes donde responde con enojo al acoso de los periodistas, y finalmente una y otra vez la imagen de alguien reducido a despojo por sus “cuidadores”, esposado, tirado en el piso, por tierra. Cada una de estas imágenes, sacadas de su contexto, y editadas en continuidad, articulan y construyen una versión. Al impacto de las imágenes, de ese dar a ver, le sigue otra operación.
Lo que se dice
El frenesí comunicacional transitó por distintos tipos de adjetivaciones y versiones tremendistas del hecho: “esto es intolerable, pasa todo el tiempo”…. “una persona así es un peligro para sí mismo y para el resto”…. “tendría que estar atado, en estricta vigilancia”… “es una persona enferma, no puede circular libremente”… “por qué tenemos los ciudadanos que tolerar esto”….El modo de construir la peligrosidad social sin duda nos dice mucho de la sociedad en la que vivimos. Unos días previos a este suceso, muchos nos preguntamos, junto con Mariano Saravia,[2][2] “Hay una foto que no va a recorrer las redacciones y que no van a poder ver miles de argentinos: la de Menéndez y sus secuaces esposados. Es que en cualquier juicio común, cuando el acusado de cualquier delito común se levanta del banquillo es inmediatamente esposado por la policía, a veces con un circo que recuerda las películas. Y entonces cabe preguntarse, ¿por qué a una persona, acusada de delitos mucho peores, como los de lesa humanidad, no lo esposan? Se supone que es mucho más peligroso alguien que ya torturó y asesinó, que alguien que robó una cartera o un auto.”O que alguien en crisis, podríamos agregar.

Construir tolerancia hacia esa forma de segregación y violencia.

La toxicidad de esa imagen obscena, cosificante, así como la fascinación a la que el espectador queda atado, cautivo, necesita luego una cobertura racionalizante que “dé sentido” al acto de mostrar, y al acto de prestarse a ver. Y curiosamente, la coartada racionalizante toma la vía del derecho. De la ciudadanía. Cuando alguno de los comunicadores es interpelado por su participación en el tratamiento de la noticia, rápidamente busca algún otro derecho en el cual ampararse: el derecho a estar informados, derecho a la libertad de prensa, derecho porqué no a conocer la peligrosidad del otro para ponerse a resguardo. Razones de seguridad. La suma de todos nuestros miedos. En este punto, vemos que para el mercado de la producción de objetos de consumo no es un obstáculo la perspectiva del enfoque de derechos. Casi con los mismos argumentos puede fosilizar y desactivar las lecturas que resisten.

Derecho…¡al consumo?

Bajo la supuesta libertad de prensa y derecho a la libre expresión, los medios nos alientan a ser parte de un espectáculo de bajo costo donde se nos invita a ser partícipes de un consumo canibálico: “venga, pase, llévese su libra de carne. Decida si arrojamos al gladiador a los leones o no”. Una dudosa noción de ciudadanía se perfila allí. El derecho a estar seguros, protegidos de los monstruos[3][3], por el módico precio de alguna votación por sms o telefónica. Que redime o condena a un semejante. Desde la tribuna, sin moverse de su casa, puede empezar a votar[4][4].
La violencia que no se dice tal Una forma insidiosa, larvada de intolerancia comienza a crecer al amparo de estas formas racionalizadas de la operatoria perversa. Básicamente apunta contra la alteridad, contra lo otro como paradigma de lo sospechable, de lo repudiable. Por eso se construyen como respuestas totalitarias. Para enmascarar lo deleznable del acto de complicidad, es necesario reforzar el perfil amenazante de lo segregable y desechable. (en este caso, una forma de subjetividad) Se remarcan entonces una y otra vez los trazos que perfilan al otro a partir de aspectos donde predominaría la impulsividad, la violencia, la peligrosidad. Este trazado, a su vez, violenta más a quien es víctima de esa operatoria.

Abrir el círculo

No implica, de acuerdo a la lógica imperante, abrir una dependencia para tratar la discriminación en los medios. Implica cada vez movimientos mas amplios, abarcativos e integrados. Más políticos. Visibilizar las trampas en la propia subjetividad implica mostrar también cómo la subjetividad va ligada a los avatares de los procesos sociales, políticos, económicos. Hablar de lógicas manicomiales y de transformaciones posibles nos compromete entonces también con una transformación de las condiciones de existencia.
“….un nuevo enfoque de políticas de salud mental debe trascender su propio sector y comprometerse con el desarrollo de sociedades más integradas e igualitarias. La década del 90 nos ha mostrado que un modelo democrático de salud mental no es “neutral” en relación a la sociedad en donde se lleva adelante. Es decir, luchar por la desmanicomialización, la defensa de los derechos de los pacientes, la democratización de los asilos es imposible en el contexto de sociedades que generan pobreza, desigualdad, exclusión y pérdida de derechos. Por lo tanto, una propuesta de política de salud mental democrática obliga, no sólo, por convicción, sino también, por necesidad, a tener un compromiso social más amplio”. [5]






[1][1] La ideología asilar, la que segrega, encierra y custodia al enfermo mental, no es sólo la psiquiatría alienista, forma parte de la conciencia y el comportamiento social, y requiere para su abolición definitiva actuar sobre los conjuntos humanos y las configuraciones de poder. Esto es clave ya que cualquier política de Salud Mental que se proponga alternativas a la institución manicomial, debe actuar simultáneamente sobre el aparato estatal, la conciencia social espontánea y su producción imaginaria, y el dispositivo psiquiátrico-profesional…”. (E. Galende).
[2][2] http://www.eldiariodeljuicio.com.ar/cronica.shtml?x=87958
[3][3] Cfr: Michel Foucault. Los anormales.
[4][4] Cfr: César Hazaki: “Gran Hermano: el juego mediático de la exclusión”. http://www.topia.com.ar/articulos/0711-hazaki2.htm
[5] Mter. Iván Ase. “Las politicas de salud mental en Córdoba (1983-2007): Una historia ilusiones, fracasos y frustraciones[5]

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